Llorar sin filtro: Sin Esdrújulas
Las nuevas generaciones van entendiendo que ninguna emoción es mala por sí sola. Que llorar es tan válido como reír o como sentir frustración.
Hola, qué tal, yo soy Carolina Hernández y este es Sin Esdrújulas tu micro mini podcast / choque generacional / favorito y en esta ocasión quiero hablarles de esa extraña sensación que tengo cuando veo a alguien llorar en instagram.
Soy una mujer de mente abierta, incluso tengo amigos gays (guiño, guiño) no, en serio, soy una convencida de que las nuevas generaciones están derribando un montón de creencias y barreras emocionales que a generaciones pasadas nos dejó absolutamente rotos.
Hablan de las emociones con una facilidad abrumadora para quienes fuimos criados bajo la premisa de “si quieres llorar, ven para darte una razón de verdad”.
Las nuevas generaciones van entendiendo que ninguna emoción es mala por sí sola. Que llorar es tan válido como reír o como sentir frustración.
Y de verdad trabajo en entenderles.
Lo que no puedo asimilar aún es ese irrefrenable deseo que tienen de llorar frente a la cámara de su teléfono, tomarse el tiempo de acomodarse a la mejor luz, elegir el lugar donde grabarán, agregar un buen filtro, darle enter o -todavía más- descargar y subir el video de sus lamentos.
Me cuesta mucho pensar que esa dedicación previa no esté compitiendo con la legitimidad del momento.
He leído un puñado de especialistas que escriben sobre el tema.
Hay uno que se llama El llanto: Historia cultural de las lágrimas, escrito por Tom Lutz y lo interesante de este texto es que habla del llanto y las lágrimas no solo desde la manera literaria y emocional si no también desde la parte científica.
El escritor reflexiona sobre cómo llorar, a pesar de ser una emoción universal, no ha merecido, por ejemplo, un día internacional del llanto.
Tenemos el día internacional del orgullo zombie, pero no el del llanto.
Hay toda una generación a la que llorar nos da vergüenza.
Nos da tanta que cuando nos cubrimos la cara con las manos para ocultar el dolor y el llanto.
Nos da tanta que cuando vemos a alguien llorar no sabemos qué hacer.
Una vez perdí mi credencial de elector (bueno, dos veces) pero una de esas veces tuve que pasar todo un maldito viacrucis para que me pudieran dejar subir al avión. Pero no lo hubiera logrado de no ser porque, harta de ir y venir para que alguien me dijera qué hacer, me senté a llorar enfrente de la agente aduanal que, con tal de no verme sorber el moco, me dio el papel firmado que necesitaba para abordar mi vuelo.
Preferimos romper la ley que lidiar con el llanto de las otras personas.
Nosotros, los boomers, porque insisto, a las nuevas generaciones les parece tan sencillo acomodar su celular unos segundos antes de romper en llanto para que todos podamos verles no solo sorber el moco si no llevarse las manos a la cara con desesperación para mostrarnos lo doloroso que fue recibir un no por respuesta cuando preguntaron si había leche de almendras para su café.
Y sé que parece que me estoy burlando (y quizá un poco sí) pero es justo porque me cuesta trabajo, no validar sus emociones (esas ya aprendí que no necesito entenderlas para empatizarlas) si no asimilar que llorar frente a la cámara su forma de relacionarse.
La mayoría de los neuropsicólogos coinciden en que la estigmatización del llanto es un error.
Que pensar que expresar nuestras emociones en público es un signo de debilidad es incorrecto pues en realidad es una fortaleza llorar en público sin que te importe qué piensen los demás.
Quien llora en público está priorizando su deseo de desahogarse por encima de complacer las expectativas de quienes piensan que el llanto es para hacerse en silencio y a escondidas.
Aunque, ciertamente no todos los boommers desprecian las lágrimas, la banda de metal Tool creó una religión en torno a ellas: la lacrimología, una filosofía que defiende que a través del dolor físico y mental (y en consecuencia las lágrimas), se puede llegar a un estado espiritual superior.
Pero es Tool, entonces lo más seguro es que por supuesto se estén burlando, porque para muchos de nosotros, los de otros tiempos, no es que llorar sea malo, es solo que enfocar la cámara a nuestro rostro bañado en lágrimas para compartir el dolor con todo el mundo, es algo que nos hace llorar en silencio. Y casi siempre a escondidas.