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JORGE A. PÉREZ

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Por: JORGE A. PÉREZ

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La vaca en el corral

Cuando tenía aproximadamente 7 años de edad, mi padre me llevó a una Corrida de Toros, el recuerdo está fijamente grabado en mi mente por todo lo que significó en mi formación

Cuando tenía aproximadamente 7 años de edad, mi padre me llevó a una Corrida de Toros, el recuerdo está fijamente grabado en mi mente por todo lo que significó en mi formación, la casa de los abuelos estaba ubicada a menos de 2 cuadras de la entrada a la Plaza Monumental Monterrey, hacer ese recorrido tomado de su mano fue una explosión de alegría.

Unos metros bastaron de recorrido para comenzar a ver el tumulto en la entrada a la Plaza, la algarabía y el regocijo por ver a los Niños Toreros de Monterrey era tal, que no se podía escuchar lo que unos y otros platicaban mientras se acercaban al torniquete de acceso.

Me soltó la mano con la instrucción precisa; “Pasa por debajo para que no me cobren tu entrada”, por un momento me sentí preocupado, pues un policía palpaba a mi padre en su espalda, su cintura y sus piernas, mientras él se mantenía quieto con su brazos en cruz.

Lo dejaron pasar rápido, pensé que por su cara de hombre bueno, me tomó una vez más de la mano y nos dirigimos a la escalinata, al llegar arriba el sol estaba en todo lo alto y se sentía mucho calor, bajamos unas escalerillas y en el primer tendido ahí estaban sus amigos, amantes de le Fiesta Brava dándole la bienvenida con una cerveza bien fría en la mano.

Me sentó a su lado, mientras él platicaba con todos sobre las expectativas de la tarde, observé con atención todo y me animé a preguntar, -¿Oye papá porque no nos sentamos allá donde hay sombra?- y con rapidez me contestó, “el ambiente esta acá en el lado del Sol, aquí vienen los que saben de toros”.

Fueron muchas tardes las que acompañé a mi padre, hasta que mi estatura ya no permitió pasar por debajo del torniquete, después de eso fue muy esporádico que fuera, dependía de las posibilidades económicas de mi padre para comprar dos boletos.

Regularmente no escribo sobre la Fiesta Brava, esta decisión la tomé cuando una persona me dijo que no le gustaba eso porque unos tipos se vestían de “putitos” para ir a sacarle sangre a los animalitos. Entendí que no todos entendían y no quise arriesgarme a ser el blanco de ataques.

Lo que para mí es un arte y un espectáculo para otros es la barbarie, lo que para mí es la preservación de una subespecie animal, para otros es el aniquilamiento de la misma. Así que en lugar de discutir, tomé la decisión de guardar para mí mis gustos.

Hoy a mis 65 años de edad, creo que es necesario dejar en claro que en gustos se rompen géneros y que si algo no me gusta pues no lo veo, pero no tengo porque tratar de influir en los demás.

No voy a contar aquí todos los argumentos que los especialistas de esta tradición ya han enumerado en diferentes foros, solo les pido a los lectores más consideración con quienes disfrutamos de este espectáculo que nos gustó desde la infancia.

Mi abuelo José, el que vivía a 2 cuadras de la Plaza no acudía a ver las Corridas de Toros, pero jamás lo escuché criticar el espectáculo, tenía eso sí, un vaquero que le llevaba cabritos para vender en el barrio, eso le daba la oportunidad de quedarse con uno para el sábado que regresaba el vaquero por su dinero, mi abuelo me enseñó muy temprano cada domingo que ahí estuve de visita, como se pelaba y degollaba un cabrito, aunque mi trabajo era el más sencillo del mundo, pues solo tenía que sostener la cabeza del cabrito, para que mi abuelo pudiera encajar  el cuchillo en el punto preciso en el que se encontraba la vena principal, para poder contener la sangre del pequeño animal, misma que después se cocinaría junto con esa riquísima carne.

Recuerdo la sonrisa de mi madre cuando entraba yo a la casa con gotas de sangre sobre mi cara cargando el perol con la comida en tajos, también recuerdo lo rico que preparaba el cabrito mi abuela, acompañándolo siempre con tortillas de harina hechas a mano. 

Mi abuelo fue vaquero de rancho y mi padre aficionado a la Fiesta Brava, me siento muy orgulloso de ambos, pues con los dos aprendí bastante, la tolerancia sobre todo.

El Bos Primigenius Primigenius, antepasado del Toro de Lida fue un animal que merodeaba por  toda Europa,  era un animal de caza que desapareció de todo el continente sin duda en función de la necesaria alimentación de sus pobladores,  pero se conservó solo en la Península Ibérica, las razones de su conservación son fáciles de entender.

Antes de criticar las tradiciones creo que se debería de tener en cuenta que muchos con hambre, solo están esperando que engorde LA VACA EN EL CORRAL

 

Jorge Alberto Pérez González

 

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