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Trump trae loca a la izquierda latinoamericana
El nuevo inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump trae de cabeza a la izquierda en Latinoamérica.
Donald Trump, con su retorno a la primera línea del escenario político internacional, ha demostrado que su influencia trasciende fronteras, incomodando a gobiernos latinoamericanos de corte izquierdista como el de Gustavo Petro en Colombia y el de Claudia Sheinbaum en México. La habilidad de Trump para entrar en la narrativa mediática y política de la región no solo expone su capacidad de maniobra, sino también las carencias estratégicas de las administraciones de izquierda para gestionar relaciones bilaterales marcadas por asimetrías de poder.
El caso de Petro es emblemático. Su negativa inicial a recibir un avión de colombianos deportados fue rápidamente neutralizada, mostrando cómo una postura firme puede tambalearse frente a la presión estadounidense. En México, la administración de Claudia Sheinbaum ha enfrentado un reto similar, donde la constante mención de Trump y sus políticas logra mover las aguas de la agenda de la Cuarta Transformación. Ambas situaciones revelan un patrón: la incapacidad de estos gobiernos para contener las narrativas y los movimientos tácticos de una figura que domina el tablero político global con pragmatismo y agresividad.
En toda negociación, el control es el eje central. ¿Quién pone las reglas? En este caso, Estados Unidos, con Trump como figura dominante, parece tener la ventaja. Su capacidad para imponer términos refleja no solo su poder económico, político, militar y mediático, sino también la falta de preparación estratégica de muchos gobiernos latinoamericanos, atrapados entre su narrativa ideológica y la necesidad de mantener relaciones funcionales con su mayor socio comercial.
La lección para América Latina es clara: no basta con responder, es necesario anticiparse. La diplomacia no debe limitarse a reaccionar ante las imposiciones, sino que debe diseñar rutas claras que prioricen los intereses nacionales sin caer en confrontaciones estériles. Esto implica construir alianzas regionales sólidas, diversificar relaciones económicas y fortalecer el discurso propio ante las presiones externas.
Trump no solo está vigente, sino que se ha convertido en un espejo que expone las debilidades diplomáticas de la región. Si los países latinoamericanos desean no solo resistir, sino negociar con inteligencia y fuerza, deben dejar de improvisar y construir estrategias a largo plazo. Solo así podrán equilibrar la balanza y garantizar que las decisiones tomadas hoy no sacrifiquen el bienestar de sus pueblos en el futuro.