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Tamaulipas

El monstruo de Tamaulipas enfrentaría 600 años de cárcel por abuso sexual

Especialista en Psicología Clínica señala que Ricardo “R” usaba estrategias de manipulación emocional para aprovecharse de niñas gimnastas. Hoy, enfrenta 12 denuncias en su contra por abuso sexual

El monstruo de Tamaulipas enfrentaría 600 años de cárcel por abuso sexual
El monstruo de Tamaulipas enfrentaría 600 años de cárcel por abuso sexual

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Por: Ramón Sánchez

Lucía, Jimena y Aída, las adolescentes que formaban parte de su equipo de gimnastas en Ciudad Victoria, Tamaulipas, y que hoy lo acusan de abuso sexual, coinciden en la descripción física de Ricardo “R”: un hombre de aproximadamente 1.87 metros de altura y de complexión atlética, con carácter agresivo y prepotente.

“Una persona físicamente muy alta, tenía los ojos verdes, pero eran un verde que daba miedo, tenía barba y el pelo blanco. Era una persona muy prepotente. Él decía: ‘yo tengo la razón’, y para él, nada más él tenía la razón, nada más él estaba bien y lo que él decía eso era. Era una persona muy egocéntrica, que veía mucho por sí misma y así lo describiría”, señala Lucía.

Jimena complementa la descripción: “Él nos platicaba que en su adolescencia y adultez practicaba pesas. Era muy voluminoso, muy ancho”, dice.

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Le gustaba contar bromas para ganar la simpatía de las niñas y escuchaba música.

“Era muy chistoso, trataba de poner buen ambiente. ¿Qué hacía? Jugaba con nosotras, a veces que alguna, por ejemplo, se tropezaba, le echaba carrilla y todos nos reíamos. Entrenábamos con música, a veces él se conectaba y yo empezaba a poner salsa, bachata y nos poníamos a bailar con él”, describe Jimena.

Este tipo de acercamiento, lejos de ser casual, responde a una estrategia de construcción de confianza. Es una táctica común entre agresores relacionales: crear un lazo emocional que inhibe la alerta de las víctimas y desactiva la sospecha del entorno, describe Yuritzi Narváez, especialista en Psicóloga Clínica y de la Salud Psicóloga con más de 10 años de experiencia, quien colaboró con POSTA Tamaulipas en la construcción de este perfil psicológico.

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Ricardo “R”, quien en 2004 llegó como entrenador de gimnasia en el centro educativo Siglo XXI, en Ciudad Victoria, Tamaulipas, enfrenta 12 denuncias por los delitos de abuso sexual agravado, violación y violencia familiar equiparada, que fueron interpuestas por parte de las integrantes del equipo de gimnasia que tuvo a su cargo.

El exinstructor se encuentra en prisión preventiva y podría alcanzar una pena de 50 a 600 años, de acuerdo con el Código Penal de Tamaulipas.

Yadira “S”, su esposa, intenta sacar a su esposo de prisión, mientras trata de explicarle a su hijo menor que su padre se encuentra privado de la libertad.


Control emocional disfrazado de protección

Durante los entrenamientos y viajes de competencia que sostenía el equipo de gimnastas, Ricardo “R” asumió el rol de figura paterna: se encargaba de la comida de las alumnas, los traslados e, incluso, acompañaba a las niñas a la cama hasta que ellas se quedaban dormidas.

Me daba mucho miedo quedarme sola en las habitaciones, a veces se quedaba con nosotras hasta tarde y cuando yo sabía que yo me iba a dormir, él se iba. Habíamos rentado un ‘Airbnb’ y ahí nos hacía de comer y todo. Muy bonito, la verdad, ese viaje siempre me va a marcar”, cuenta Jimena.

Estas acciones, presentadas como actos de cuidado, formaban parte de un patrón de vinculación emocional diseñado para generar dependencia.

Este tipo de control, aunque no violento en apariencia, vulnera profundamente el desarrollo emocional de las víctimas, dificultando su capacidad para identificar y denunciar abusos, explica Narváez.

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Obsesión con el cuerpo y daño psicológico

Durante las rutinas de gimnasia en el centro deportivo Siglo XX, Ricardo “R” llamaba a las niñas “gordas”, “feas” y “zorras”. Constantemente criticaba sus pequeños cuerpos, con lo que ejercía control sobre su imagen física.

“Nos decía que estábamos feas, que estábamos gordas. Yo gracias a esos comentarios tuve un desorden alimenticio, pues yo me sentía gorda, a veces no comía y cuando no comía me enflacaba muy rápido y me decía que estaba desabrida, que estaba anoréxica”, evidencia Jimena.

En tanto, Aída recuerda el contacto físico sin consentimiento: apretar el abdomen, señalar estrías o tocar glúteos bajo el pretexto de correcciones técnicas.

“Eran múltiples veces que cuando nos pedía que nos probáramos su marca de leotardos él aprovechaba esas situaciones donde según nos tomaba medidas para manosearnos. A él le gustaba mucho tocarme el busto y cada situación que tenía la oportunidad de hacerlo pues lo hacía. Y era algo que me hacía sentir muy incómoda y que cuando pasó todo lo de la denuncia y de que me salí me hizo sentirme sucia, usada, odiaba mi cuerpo”, dice Aída.

Estas acciones constituyen abuso físico disfrazado de entrenamiento y, en contextos donde el contacto corporal es común, se vuelven difíciles de identificar.

Tal y como lo acusa Jimena: “Él me agarró las nalgas y me agarró mi parte íntima como para apretarme más. En ese momento, yo no lo veía, pero yo me puse a buscar videos y se ve claramente en el que me está tocando ahí y se me hace como muy decepcionante porque ese video lo grabó mi mamá y nunca nos percatamos de eso.”

Cosificación e hipersexualización en el entorno deportivo

Los testimonios de Lucía, Jimena y Aída revelan que Ricardo “R” fabricaba leotardos en su domicilio, que era utilizado como taller artesanal y utilizaba a sus alumnas como modelos.

En reuniones que sostenía con las pequeñas, sin supervisión de los padres de familia, presentaba bocetos y ordenaba a las niñas que se probaran prendas, con lo que se reforzó un ambiente donde el cuerpo infantil era valorado por su estética y no por su rendimiento.

“Entonces, nosotras sentadas, él en un colchón sentado y, a veces, nos enseñaba como los diseños que tenía planeado para los leotardos. Y a mí me gustaba mucho ayudarle a buscar diseños y ya cuando los hacía, me gustaba probármelos para ver qué tal y me gustaban mucho sus leotardos”, relata Jimena.

Esta práctica convirtió el entorno deportivo en un espacio de validación sexualizada.

“Las menores, condicionadas durante años, comenzaban a percibir el modelaje como una forma legítima de aprobación”, explica Yuritzi Narváez.

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Un ciclo de abuso emocional

De acuerdo con Narváez, el comportamiento de Ricardo “R” puede enmarcarse en un ciclo recurrente y sistemático de abuso:

1. Idealización: atención especial, regalos y afecto selectivo.

2. Devaluación: críticas humillantes y presión emocional.

3. Contacto físico: tocamientos disfrazados de correcciones.

Este ciclo genera confusión emocional, impide la identificación clara del abuso y favorece el silencio prolongado de las víctimas.

Conclusión: agresor funcional bajo narrativa de afecto

El caso de Ricardo “R” se relaciona con un perfil psicológico claramente estructurado: el del agresor relacional que actúa dentro de espacios legítimos de autoridad, como lo es el deporte infantil, para ocultar una dinámica sistemática de abuso emocional y físico, expone la también exdocente en la Universidad La Salle y Universidad Vizcaya de las Américas y Maestra en Psicología Clínica y de la Salud por la Universidad Autónoma de Tamaulipas (UAT).

A través de la seducción afectiva, la infantilización constante y la cosificación progresiva del cuerpo de sus víctimas, este tipo de agresores logran establecer vínculos de dependencia que perpetúan el silencio y normalizan el maltrato.

Ricardo “R” no recurre a la violencia explícita, sino que manipula el entorno bajo una narrativa de afecto, protección y formación deportiva.

Hoy las 12 adolescentes que levantaron la voz para denunciar a su agresor permanecen a la espera de que las autoridades judiciales emitan una sentencia a Ricardo “R” que les dé la justicia que tanto anhelan.

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