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La Culpa: herencia maldita

Hola, que tal, yo soy Carolina Hernández y hoy quiero hablar de la culpa, esa que nos trajeron los españoles junto con su espada y su cruz y que seguimos replicando con abrumadora constancia.


Publicado el

Por: Carolina Hernández

Hola, que tal, yo soy Carolina Hernández y hoy quiero hablar de la culpa, esa que nos trajeron los españoles junto con su espada y su cruz y que seguimos replicando con abrumadora constancia. 

Esa que se nos mete en el cuerpo lo mismo por no santificar las fiestas que por no querer ir a la tienda cuando alguien nos invita. 

Esa que nos obliga a inventar excusas para decir NO y también para decir SÍ. 

Esa que nos encadena a una vida que no queremos. 

La culpa, oh hermanos míos, esa herencia maldita que abrazamos todos los días. 

El otro día leí que el pecado original que tanto nos repitieron en las clases de catecismo no es la desobediencia de Eva, sino la culpa por haber desobedecido una orden sin sentido. 

¿Por qué esa manzana no? Nomás. 

Y desde entonces culpa salpicó todo y se nos convirtió en una obsesión que se nos pega en la mente como la canción del bebido fiufiu y que aunque sabemos que es una pendejada la seguimos tarareando todo el día. 

Porque no es fácil deshacernos de la culpa. Ni de la canción.

Porque para la religión la culpa es esencial e imprescindible para la obediencia. 

Bueno, no hasta nos enseñan a pegarnos en el pecho con falso arrepentimiento repitiendo un hueco “por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa

Pero la culpa no solo se teje por las creencias religiosas, también llega por muchos otros contextos familiares o sociales que establecen, casi siempre de manera arbitraria, juicios sobre nuestras acciones. 

Pero ojo, aquí no estamos hablando de esa culpa positiva que nos ayuda a hacernos cargo de nuestras fallas y reparar los daños que estas causen. Por supuesto que si matamos a un perro lo menos que debemos sentir es culpa. La culpa ayuda a mantener un orden social y nos diferencia de los psicópatas. 

Hablamos de esa culpa exigente e insaciable que nos hace permanecer infelices e insatisfechos. 

Esa culpa imaginaria que nos obliga a permanecer quietos cuando queremos movernos o que nos presiona a movernos cuando estamos a toda madre quietos. 

La culpa del masoquismo moral, la que sabotea todas nuestras metas

Hace más de 2000 años, el filósofo griego Sófocles escribió Antígona, una tragedia basada en el mito de la Antigua Grecia.

Antígona es hija de Edipo y su madre, así que desde ahí ya viene marcada por una estirpe infractora. Carga la culpa como herencia de su linaje. 

Pero Antígona tenía un espíritu indomable, era rebelde y transgresora. En la tragedia de Sófocles, la joven personifica la desobediencia civil y la lucha contra una autoridad ciega. Representa la determinación de romper con una herencia que le impedía ser feliz. 

Antígena se deshizo de la culpa y se convirtió en un símbolo de resistencia y reivindicación… Y todos podemos ser Antígona. 

Rompamos la cadena que nos ata a una vida llena de culpas heredadas. 

Normalicemos decir no quiero ir al cine, decir sí quiero esas papas con salsa de la que pica, decir ya no quiero estudiar eso, quiero otro trabajo, no quiero hijos, me caga mi papá, me voy a comprar ese café carísimo…

Soltemos ese primitivo temor a enfadar a un ser superior o incluso a uno inferior, solo por morder una manzana que no es nada más que eso, una manzana, no el paraíso perdido.

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